¿Quién dijo que iba a hacer fácil? Salvo excepciones por verse, así será el camino hacia la Copa del Mundo de 2026, con unos cuantos partidos de dos o tres goles en el desarrollo y otros con sólo uno en la chapa, sin contar los que con buena suerte se empatarán y sin contar con jornadas de irse de la cancha con las manos vacías.
Mal que les pese a legos, despistados y lenguaraces, con Kylian Mbappé a la cabeza, las Eliminatorias Sudamericanas son largas, arduas, problemáticas sin bocaditos en los papeles, tal como fue Venezuela durante décadas y ya no lo es. Y si no que lo digan los colombianos, que tuvieron que sudar la gota gorda para derrotarlos en el Metropolitano Roberto Meléndez, de Barranquilla.
Ha pasado la etapa de los compromisos puramente festivos y la fiesta, cuando cabe, es y será en el Estadio Monumental, donde el “¡Muchachos!” ya ha cobrado categoría de himno, de juramentación; donde la cofradía albiceleste ejerce todo el derecho de dejarse envolver por los efluvios de Qatar.
Por tiempo indeterminado: eso es lo más lindo de la historia de estos días.
Entretanto, el vigente campeón del mundo reina en el escaparate y está forzado a empezar de cero para garantizar un cupo en Estados Unidos-Canadá-México 2026.
El jueves, como para ir llevando, dio la talla con holgura. Sin momentos sostenidos de brillo, pero sí con la marca en el orillo que ha sabido llevarlo hasta las más altas cumbres.
Con la regla de oro incuestionada (respeto por la redondez de la pelota), con el esfuerzo de todos y las pinceladas de un ancho bravo que no por otoñal declinará meter mano en la caja de herramientas y dejar la casa impecable.
(Por cierto: pensar que hasta no hace muchos años Lionel Messi era un ejecutante de tiros libres entre mediocre y aceptable. Hoy es entre excelente y un fuera de serie, como para estar a tono con su reputación de genio de la pelota número cinco).
Es imposible analizar seriamente a un equipo sin contemplar los pros y contras de un adversario, puesto que ese es un vector primordial en los deportes de oposición directa: Ecuador propuso un fútbol espeso, físico y a la contra.
Así lo dispuso su hispano entrenador y así lo afrontaron sus jugadores. ¿Pudo haber hecho otra cosa? Por supuesto que sí. Jugadores de calidad, le sobran, pero allá el señor Félix Sánchez Bas.
Frente a esa formación ecuatoriana, mezquina y acomplejada, la Selección Argentina dispuso de la pelota un 70 por ciento y generó una decena de situaciones de gol, incluidos dos tiros en los caños, rebotes providenciales y pelotas que rozaron en los palos.
Demasiado para una presentación formal. Demasiado que ‘Dibu’ Martínez no haya sufrido sofocones de verdad. Demasiado, si tenemos en cuenta la disparidad de rendimientos del uno por uno.
Flojo Nahuel Molina y correcto Nico Tagliafico. Flojo Alexis Mac Allister y muy bien Rodrigo De Paul. Flojo Nicolás González y más enchufado Angelito Di María. Intermitente Lautaro Martínez y persistente Julián Álvarez.
Colosal, extraordinario, ‘Cuti’ Romero, un genuino mariscal de cualquier tiempo.
Y Messi, siempre Messi, asediado por una marcación ora doble, ora triple, siempre áspera, igual de homeopático que solidario, igual de pertinente que expectante, igual de sagaz que voraz, igual de sigiloso que grandioso.
Así transcurrió el bautismo argentino rumbo al Mundial 2026: entre la tenencia y la paciencia, entre la urgencia y el dejarse fluir, entre los calificados terrenales y el incalificable Lionel, entre el clamor del Monumental y las emociones autónomas.
Ahora vendrá La Paz y el doble desafío de la altura, la topográfica y la futbolística.
Visitante y todo, la Selección será favorita: ha hecho bastante y más que bastante para merecer esto.
(Por Walter Vargas)
Fuente Télam