Uno de los pedidos más fuertes de Jorge Bergoglio como arzobispo porteño, el llamado que hizo el 25 de mayo de 2003 para que los argentinos se pusieran “la Patria al hombro”, cumple este jueves 20 años, mientras el ahora papa Francisco continúa a nivel global con reclamos que ya enarbolaba entonces como la critica “al juego mezquino de las descalificaciones”, la denuncia de “intereses ocultos que se adueñaron de los recursos” y el rechazo a “la especulación meramente financiera y la expoliación de nuestra naturaleza y peor aún de nuestro pueblo”.
“Todos, desde nuestras responsabilidades, debemos ponernos la Patria al hombro, porque los tiempos se acortan”, reclamó en el que era su tercer Tedeum como cardenal del entonces arzobispo de la Ciudad de Buenos Aires, quien diez años después sería elegido como el primer pontífice latinoamericano de la historia.
En su homilía, Bergoglio aseguró entonces que “la posible disolución la advertimos en otras oportunidades, en esta misma fecha patria”.
“Sin embargo muchos seguían su camino de ambición y superficialidad, sin mirar a los que caían al costado: esto sigue amenazándonos”, lamentó en esa oportunidad.
Muchos de los planteos de esa homilía se han incorporado a los mensajes centrales de su pontificado, que marcan una continuidad entre su producción como arzobispo y como pontífice, más allá de las realidades políticas de cada momento.
“Miremos finalmente al herido. Los ciudadanos nos sentimos como él, malheridos y tirados al costado del camino. Nos sentimos también desamparados de nuestras instituciones desarmadas y desprovistas, ayunos de la capacidad y la formación que el amor a la patria exigen”, convocaba hace dos décadas.
El entonces arzobispo recordó entonces que “las dificultades que aparecen enormes son la oportunidad para crecer, y no la excusa para la tristeza inerte que favorece el sometimiento”.
“Renunciemos a la mezquindad y el resentimiento de los internismos estériles, de los enfrentamientos sin fin”, convocó entonces a su pueblo.
“Dejemos de ocultar el dolor de las pérdidas y hagámonos cargo de nuestros crímenes, desidias y mentiras, porque sólo la reconciliación reparadora nos resucitará, y nos hará perder el miedo a nosotros mismos. No se trata de predicar un eticismo reivindicador, sino de encarar las cosas desde una perspectiva ética, que siempre está enraizada en la realidad”, pidió entonces.
“No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan: esto sería infantil, sino más bien hemos de ser parte activa en la rehabilitación y el auxilio del país herido”, llamaba el 25 de mayo de 2003, muy en línea con el capítulo quinto que le dedicó por entero a la Política como alta forma de caridad en su encíclica de 2020 Fratelli tutti.
“Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia religiosa, filial y fraterna para sentirnos beneficiados con el don de la Patria, con el don de nuestro pueblo, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos”, llamó el arzobispo.
Para Bergoglio, adelantando ejes de sus discursos desarrollados luego en su exhortación programática de 2013 Evangelii Gaudium y en otros escritos, “hundir a un pueblo en el desaliento es el cierre de un círculo perverso perfecto: la dictadura invisible de los verdaderos intereses, esos intereses ocultos que se adueñaron de los recursos y de nuestra capacidad de opinar y pensar”.
“No debemos llamarnos a engaño, la impunidad del delito, del uso de las instituciones de la comunidad para el provecho personal o corporativo y otros males que no logramos desterrar, tienen como contracara la permanente desinformación y descalificación de todo, la constante siembra de sospecha que hace cundir la desconfianza y la perplejidad”, sostuvo.
En su homilía de 2003, el mensaje del hoy Papa fue que “como si un proyecto de país impostado intentara forzar su lugar empujando al otro; en ese sentido podemos leer hoy experiencias históricas de rechazo al esfuerzo de ganar espacios y recursos, de crecer con identidad, prefiriendo el ventajismo del contrabando, la especulación meramente financiera y la expoliación de nuestra naturaleza y peor aún de nuestro pueblo”.
Una sentencia que, entonces y también desde su elección como pontífice en 2013, no ha dejado de pronunciar en sus escritos y discursos.
El entonces arzobispo de Buenos Aires pronunció estas palabras durante una ceremonia celebrada en la Catedral metropolitana que contó con la presencia de Néstor Kirchner, flamante jefe de Estado que ese día tomó posesión del cargo, y Daniel Scioli, vicepresidente de esa administración que se iniciaba hace 20 años.
También asistieron ese día a la Catedral ministros, funcionarios del nuevo Gobierno, los legisladores nacionales y los embajadores que estuvieron presentes en la asunción de Kirchner.
Por la mañana, Eduardo Duhalde, el mandatario saliente había asistido a una misa ofrecida en la catedral de Luján que fue oficiada por el arzobispo de la diócesis de Mercedes, Rubén Di Donte.
Fuente Télam