Que una audiencia apiñada en el sector campo termine saltando, haciendo pogo y coreando melodías en un concierto de música instrumental protagonizado por una banda de fusión parecía hasta anoche poco probable pero Snarky Puppy lo hizo posible en el show ofrecido en el porteño estadio Luna Park.
Ocurrió durante una nueva visita a nuestro país del colectivo musical conformado en Texas que, para sumar un elemento más al asombroso efecto provocado en el público, concentró la mayor parte del recital en presentar material nuevo, en este caso, las composiciones que forman parte de “Empire Central”, el disco lanzado en septiembre del año pasado.
“No sé si lo saben pero esto no pasa en todos los países, entonces vamos a aprovecharnos de ustedes y utilizarlos como conejillo de indias para probar cosas nuevas”, había advertido el carismático bajista y líder del popular combo Michael League, en un perfecto español.
Sucedió apenas transcurridos tres temas, tras comprobar que el cariño del público local seguía intacto desde su última visita en 2017, de acuerdo a la efusiva recepción de las nuevas creaciones.
Entonces, Snarky Puppy se guardó algunos éxitos y guiños a sus seguidores para el final y se adentró sin temores y con maestría en un repertorio de carácter novedoso.
Por supuesto que la postal final del público, más propia de un show rockero, fue la respuesta lógica a lo ofrecido por el grupo en las dos horas que duró el concierto: un descomunal festival sonoro que desplegó un caleidoscopio estilístico inasible para quienes gustan etiquetar por género, y desbordó imaginación.
Jazz, rock, pop ochentoso, funk, world music y gospel son algunas de las corrientes que subyacen a la fusión propuesta por el colectivo musical, todo ello presentado de manera “amable” al oído, sin el halo intelectualoide que suele rodear a este tipo de oferta, y en un plan relajado, aunque no por ello exento de virtuosismo.
Pero los diez músicos que ocuparon el escenario del Luna Park no se excedieron en ningún momento en la extensión de sus respectivos solos, ni transitaron por la experimentación que pierde de vista la musicalidad.
La comunión total con el público argentino se coronó con la presencia como invitado del armoniquista Franco Luciani, quien hizo un soberbio solo en el tema “Take It” y con el guiño de Michael League, en el momento de los bises, al tocar en su bajo el hit mundialista “Muchachos”.
También hubo una yapa para los amantes del jazz al subir como invitado en la bella balada “Belmont” el pianista armenio Tigran Hamasyan, de visita en el país para ofrecer un concierto esta noche en el Teatro Broadway.
Apenas pasados uno o dos minutos de las 21, Snarky Puppy irrumpió de manera tímida en el escenario con “Keep It”, un corte que no mostró todas las cartas de entrada pero dio algunas pistas con un primer lucimiento del versátil guitarrista Bob Lanzetti y el trompetista Mike “Maz” Maher.
De a poco, el grupo se fue soltando, el sonido se ajustó y, de esa manera, el concierto fue creciendo en intensidad, sin estridencias pero de manera sostenida.
En ese andar, la sección de vientos que completaban Jay Jennings y Chris Bullock, a la que ocasionalmente se sumaba el también tecladista Justin Stanton, arremetía con fraseos que evocaban sutilmente a algunas obras de Frank Zappa; más allá de los respectivos pasajes solistas.
Stanton y Bill Laurance, desde los teclados, se encargaron de traer los sonidos más jazzeros y, también, aquellos que remitían al pop ochentoso y al Adult Orient Rock. Por su parte, el violinista Zach Brock se multiplicaba para funcionar por momentos como un elemento más de la sección de vientos, o como un magnífico solista que con efectos aportaba sonidos poco convencionales para el instrumento.
El mencionado guitarrista Bob Lanzetti hizo gala de un envidiable eclecticismo a partir de la oscilación entre los rasgueos funky, los solos con distorsión rockera o las sutiles notas que iba soltando para ornamentar determinados compases.
Todo esto sostenido por la maravillosa sección rítmica que conformaron el vitoreado baterista Jason “JT” Thomas, un verdadero pulpo que nunca resignó el golpe a tierra, y el percusionista japonés Keita Ogawa.
En esta tónica, tras el citado arranque con “Keep It”, el grupo siguió con “East Bay y “Bet”, antes de los saludos de League, quien frente a las primeras ovaciones modestamente replicó: “Gracias pero todavía no lo merecemos”.
Luego de la advertencia sobre el material nuevo que iba a dominar gran parte del repertorio, se sucedieron “Honiara”, una creación del violinista, quien protagonizó un unísono con la guitarra; y “Broken Arrow”, un viaje plagado de polirritmias, que transitó entre momentos de mínima expresión musical a cargo de no más de uno o dos instrumentos y arremetidas grupales que crearon auténticos vendavales sonoros.
El arranque de guitarra de “Trinity”, con una progresión de acordes disonantes, propuso un clima menos luminoso y más enigmático; que luego dio paso al instante más funk con “Take It” y la brillante intervención de Franco Luciani; a lo que siguieron “Cliroy” y “Pinneaple”.
El bloque de canciones de “Empire Central” se cerró con “Belmont” y el conmovedor solo de piano del otro invitado especial, Tigran Hamasyan, que ganó en emoción también por las palabras previas de League, quien recordó allí al recientemente fallecido Bernard Wright, al que definió como “un yoda” de la escena musical de Texas.
“Estamos súper agradecidos. Nadie quiere temas nuevos, siempre necesitan un ciclo para ser aceptados”, expresó League, quien como si se tratara de una compensación añadió: “Ahora vamos a tocar algo que conocen….una de Fito Páez”, remató a modo de súper actual broma.
“What About Me?” fue la elegida para cerrar el concierto, con su largo pasaje en el que quedaron solos la guitarra y la batería pero sonaron como si estuviera toda la banda, y un final en el que el bajo y la batería armaron un portentoso groove.
Pero allí fue donde el público apareció en todo su esplendor, primero para obligar algunos bises y luego para mostrar que no solo “Ji ji ji” de Los Redondos puede generar un pogo masivo.
“¿No tienen que trabajar mañana? Cinco mil enfermos”, volvió a bromear el bajista al imaginar las excusas que pondrían los presentes al día siguiente para poder librarse de las obligaciones laborales y descansar luego de tanta pasión entregada.
“Shofukan” y “Lingus” cerraron la noche en un perfecto unísono entre las melodías centrales vertidas por la banda y el coro de los espectadores.
“No sé qué pasó con nosotros en este país. En otros países no pasó esto de poder compartir música instrumental, rara”, reiteró sorprendido League a quienes definió como “el mejor público del mundo”, una calificación que no sonó a frase hecha ni a demagogia a juzgar por lo que ocurría debajo del escenario.
A esa altura, Snarky Puppy ya se había hecho merecedor de las ovaciones a fuerza de una música poderosa, brillantemente interpretada, inclasificable y plagada de imaginación y buen gusto.
(Por Hernani Natale).-
Fuente Télam