Bióloga con orientación en ecología, la colombiana Brigitte Baptiste -primera rectora trans de una universidad en el mundo- aseguró que dentro de la ciencia existe una “ilusión de que sí estamos autocriticándonos, cuando no lo hacemos” y que para poder hacerlo “se necesita de una visión epistemológica alternativa, un conocimiento indígena, un conocimiento feminista, que cuestione las categorías”.
Experta en biodiversidad, Brigitte Baptiste, cumplirá 60 años en octubre y es de esas personas que se animan a patear el tablero: cuando tenía 35 dejó de ser Luis Guillermo Baptiste Ballera e inició su transición como mujer trans.
Fue directora del prestigioso Instituto Von Humboldt de Colombia durante 15 años y hace 10 que es rectora de la Universidad EAN, una de las más importantes de ese país. Es la primera rectora universitaria trans del mundo.
En la XII Conferencia Mundial de Periodismo Científico que se realizó en Bogotá en marzo pasado se hizo un espacio para dialogar con Télam-Confiar sobre su historia, su mirada sobre la educación y la ciencia que involucra, en realidad, una lectura de la humanidad toda.
Télam-Confiar: En ciencias biológicas, ¿se tiene en cuenta el concepto de diversidad o se piensa más en términos binarios?
Brigitte Baptiste: Se piensa mucho en términos binarios, hay mucho esencialismo, mucho reduccionismo. En biología no existen dos sexos: los sexos son más fluidos. Pero el concepto del binarismo le tranquiliza a la gente. El problema es cuando el binarismo biológico se lleva a la cultura, a los derechos, a las conversaciones cotidianas.
T-C: ¿Qué limitaciones ves en la ciencia moderna como manera de abordar el mundo?
B.B.: Tiene una limitación muy marcada que es la falta de crítica hacia las ontologías. La ciencia no reconoce que tiene un origen cultural, una historia, un proceso continuo de ensayo y error. Lo predica pero no hace autocrítica, se la deja a algunos filósofos. Los científicos tratan de abstraerse de esa cuestión.
T-C: ¿Será por miedo?
B.B.: Diría que es más comodidad, pereza. En la formación, el sentido de lo apropiado, de la “razón”, aparecen tan fuertes que pareciera que es un sistema completo. Está la ilusión de que sí estamos autocriticándonos, cuando no lo hacemos: se necesita de una visión epistemológica alternativa, un conocimiento indígena, un conocimiento feminista, que cuestione las categorías y te diga, “tal vez estás pensando dentro de una burbuja…”.
Eso normalmente incomoda a los científicos… Y a veces mucho: te echan de las universidades por eso. Aun cuando hablas con investigadores muy reputados, parecen no entender que existiría otra posibilidad de estructurar el conocimiento.
Los pueblos indígenas de las regiones amazónicas llevan 3000 años viviendo sin la ciencia occidental, y tienen estructuras sociales complejas, disfrutan la vida, resuelven sus problemas, han sido capaces de abordar la complejidad biológica de las selvas tropicales y son capaces de habitarlas…
T-C: ¿Qué te preocupa de la situación actual?
B.B.: Me produce mucha frustración pensar que luego de tantos siglos de reflexión y de sabiduría mantengamos a tantas personas por fuera de ese sistema de inteligencia crítica que es lo que necesitamos para habitar el mundo de una manera afable, gozosa, no destructiva. Sí creo que hay una falla protuberante en la educación. Podríamos tener una potencia colectiva, somos 8 mil millones de personas, pero pareciera que se quiere presentar una ruptura al máximo de las estructuras colectivas en las que necesitamos operar en el mundo y, en cambio, promover el éxito o el triunfo de unos cuantos. Estamos ante una coyuntura de carácter geológico. El planeta está reaccionando y reacomodándose, pero ese proceso puede resultar fatal para los seres humanos. Se nos ha ido la mano. Lo hemos hecho de una manera muy insensata.
T-C: ¿Qué falla en la educación?
B.B.: Creo que la debilidad no es en términos del conocimiento básico del mundo sino en términos del poder. Seguimos planteando una versión del poder que no incluye la reflexión ética como parte de la educación. Yo no soy religiosa, pero la reflexión ética del cristianismo, del budismo, del judaísmo o de las religiones locales siempre tiene ese componente, aunque en aras de la “libertad del dogma” matamos también la reflexión ética asociada.
T-C: ¿Tus temas de investigación giran siempre en torno de la biodiversidad?
B.B.: Sí, pero asociada con las construcciones culturales que la interpretan. Yo hice mi tesis de biología en el Amazonas, durante dos años interactué con pueblos de distintas etnias y me di cuenta de que mi perspectiva era muy parcial, y que para poder entender la selva no era indispensable ser académica universitaria. Porque mi investigación, que fue sobre peces, revelaba cuestiones que todos los indígenas conocían hacía centenares de años y se reían mucho de mi método de muestreo, y me decían, “esta Brigitte descubrió que el agua moja”… Como bióloga buscaba entender la relación de los peces con la selva, entonces pesqué mucho, en un acuerdo con las comunidades y todo lo que yo pescaba lo entregaba a la comunidad y a cambio la comunidad me alojaba y me alimentaba y conversábamos continuamente sobre la situación de los peces y la relación de la gente con los peces, aunque sin entrar en los temas de conocimiento ancestral o sagrado.
Los indígenas son sumamente generosos con su conocimiento, pero también piden ese mismo nivel de respeto y no trivializar ese conocimiento sagrado como folklórico, mítico, como incompleto y errado.
T-C: Te has mostrado cercana al feminismo queer ¿Qué plantea?
B.B.: Que la condición de lo femenino ha imbuido todos los temas de identidad y de roles con una serie de preguntas muy disruptivas y produjo y producirá respuestas muy extrañas y particulares y ha contribuido a un proceso de innovación en la consideración de género que no reafirma la polaridad o una lectura LGTBI llena de etiquetas sino que el género es una construcción identitaria fluida, donde cada quien depende de su contexto y su época tiene la posibilidad de expresarse con mucha potencia.
Lo más interesante del feminismo queer es que -como la naturaleza- despliega e incita a desplegar la potencia de la vida, con o sin género.
T-C: ¿Qué te parece el periodismo científico?
B.B.: Que es muy flojo. Porque como en muchos otros ámbitos la pereza le gana al trabajo serio y existe la tentación de replicar los mensajes de los investigadores que pueden ser muy simplistas, muy especializados, y traducirse de una manera muy cruda a recomendaciones para el mundo. Y los periodistas tienden a replicar, a ser caja de resonancia de esas reflexiones.
“Si el doctor dijo algo así, entonces lo dijo el doctor y yo lo voy a replicar sin evaluar otras fuentes…”. No. El doctor tiene que ser cuestionado. Los primeros que tienen que cuestionar a la ciencia deberían ser los periodistas. Y la ciencia debería siempre darle la bienvenida porque la ciencia vive de eso, de que traten de falsear deliberadamente sus conclusiones.
*Esta nota es una producción de Télam-Confiar, una plataforma con información especializada en ciencia, salud, ambiente y tecnología (www.telam.com.ar/confiar). Allí se puede leer la nota completa.
(Télam, CONFIAR – Por Gabriela Navarra de la Red Argentina de Periodismo Científico).
Fuente Télam