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La fábrica del carnaval de Gualeguaychú: un recorrido entre miles de plumas y montañas de telgopor

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(Por Milagros Alonso, enviada especial) En plena temporada, los talleres de las cinco comparsas de Gualeguaychú ajustan detalles y despliegan tareas de mantenimiento entre unas 50.000 plumas de todos los colores, montañas de telgopor, cientos de flota flotas y carrozas de doce metros de altura.

En una recorrida por los galpones que ocupan cuadras enteras, sus trabajadores contaron a Télam los secretos para dar vida al Carnaval del País, el espectáculo teatral a cielo abierto más grande de Argentina, que espera alcanzar su récord de turistas el próximo fin de semana largo.

Durante diez noches de enero y febrero un jurado evalúa los ítems de vestuario, carrozas, música y desplazamiento para consagrar una ganadora.

En esta edición vuelven las cinco comparsas de Gualeguaychú a la pasarela: Papelitos, del Club Deportivo Juventud Unida; O’Bahía, del Club de Pescadores; Ará Yeví, del Tiro Federal; Kamarr, del Centro Sirio Libanés; y Marí Marí del Club Central Entrerriano, todas fundadas por mujeres entre 1977 y 1981.

A tres cuadras del corsódromo funciona una de las cinco fábricas que arman el Carnaval del País, espectáculo que este verano ya superó los 100.000 espectadores y se espera que bata récords en febrero.

En una jornada de semana a media mañana brotan chispas desde el fondo del galpón de casi 90 metros de largo de la comparsa Papelitos, donde Juan Carlos Urrels suelda el hierro de un espaldar que tiene plumas de gallo blancas. Cada varilla debe quedar con la inclinación perfecta y eso solo se puede saber a ojo.

“Esto me cambió la vida porque yo trabajaba en una metalúrgica. Acá todos los días hay un trabajo distinto, eso es lo bueno porque la rutina aburre”, asegura el hombre.

El momento de mayor actividad es diciembre, cuando alrededor de 50 personas en cada una de las comparsas trabajan hasta en Navidad para llegar al primer sábado de carnaval. A esa altura del año, el turno de ocho horas se vuelve difuso y el horario se puede extender hasta la madrugada.

Una de las tareas más comunes es la reparación de los espaldares que cargan los integrantes de las comparsas sobre sus hombros, que se pueden romper porque se hacen con un hierro muy fino para que sean livianos a la hora de bailar. Los más pesados rondan los 30 kilos y una falla en la confección o un mal ajuste pueden dejar en carne viva la piel de cualquier bailarín.

“El arreglo es más difícil que hacerlo nuevo. Hay que trabajar con las plumas y tener cuidado de que no se quemen. Cada profesión tiene sus secretos”, sigue Juan Carlos.

Y lo peor que puede pasar es que se prendan fuego. “Hoy en día el mayor capital que tienen los clubes son las plumas”, dice a Télam Juan Villagra, director de Papelitos, rodeado de plumas amarillas y azules que contrastan con su chomba gris.

“Un faisán lady de 110 centímetros está más o menos 3.500 pesos cada pluma. Y el espaldar de una bastonera tiene 350 de esas que vienen todas de afuera”, detalla el diseñador gráfico.

Las plumas de faisán son las más caras y se venden por centímetros, mientras que las de avestruz, pavo real o gallo se comercializan por kilos. Cuando termina el carnaval, se guardan todas en bolsas con naftalina o en tubos para que no se quiebren. Y así pueden llegar a durar unos diez años.

Más tarde, en los galpones de enfrente, el director de Marí Marí, Emanuel Pérez, revelará más secretos: “Las plumas nos llegan de color natural o blancas y después se las va cambiando a un color más oscuro porque se ensucian o pierden calidad. Y cuando la pluma llega a su final se tiñe de negro”.

En promedio, cada comparsa tiene alrededor de 50.000 plumas, aunque confiesan que es imposible contabilizarlas con exactitud.

El galpón de Marí Marí tiene 60 metros de largo por 40 de ancho y con el sol del mediodía las chapas parecen hervir. Pero al director de la comparsa más ganadora de la historia parece no importarle el aire caliente que se respira: “Estoy en mi lugar. Está es la industria del carnaval, pero a su vez es mi segunda casa”, afirma sonriendo.

Sobre los tiempos que lleva plasmar una temática, Pérez explica que antes trabajaban diez meses, pero que ahora, con la profesionalización de muchos oficios, suele demorar entre seis y ocho meses. “Es todo más intenso”, advierte.

Sobre la calle Estrada que bordea el corsódromo, ubicado en el predio de la antigua estación de trenes de la ciudad, se encuentran los galpones de Ará Yeví, O´Bahía y Kamarr.

En el primer piso del galpón de Ará Yeví los talleres de costura, materiales y depósitos se suceden en un pasillo infinito donde cada puerta se abre y emerge un mundo formado por rollos de telas, máscaras, alambres, montañas de planchas de telgopor que esperan ser reutilizadas y estanterías con gemas de plástico que van desde el piso hasta el techo.

Al costado de una de las grandes mesas rectangulares de confección, dos hombres empluman un espaldar mientras toman mate y suena de fondo “La Isla Bonita” de Madonna.

“Están pinchando las plumas en el flota flota”, explica a Télam Leandro Rosviar, el director que ganó cuatro de los cinco campeonatos que tiene Ará Yeví. Y detalla: “Se forra el medio flota flota, se le hace un agujero con un punzón y la pluma se pincha con silicona. Por eso, quedan como en forma de explosión”.

Este año cada comparsa debe tener por reglamento entre 220 y 240 integrantes y se les da una hora para desfilar por los 500 metros de la pasarela, con cinco minutos de tolerancia antes del descuento de puntos.

Otra de las áreas más demandantes de la producción es el vestuario. En la mayoría de los trajes se utiliza la técnica de matelaseado, una costura que une varias capas de telas formando un dibujo específico.

Para dar volumen a los trajes, se coloca entre las telas goma espuma o membrana bajo teja, material aislante que se utiliza en la construcción sobre el cielorraso.

En cambio, una de las técnicas que se dejó de lado es el bordado a mano de lentejuela por lentejuela por la cantidad de tiempo que demanda. Ahora, se pegan gemas y piedras brillantes con adhesivos de contacto.

Desde el galpón de Kamarr, María Laura Silva, encargada del taller de costura, dice que para ella lo más importante es la prolijidad. “No me gusta que queden hilos ni la tela arrugada. Soy obsesiva con eso”, cuenta riendo.

Con 61 años, Laura viste un delantal azul y tiene manos suaves y mullidas por las que deben haber pasado más de 8.000 trajes en sus 26 años como costurera del carnaval.

“Paso más tiempo acá que en mi casa. Me encanta esto y es un orgullo ver a los bailarines con los trajes”, agrega y su voz se mezcla con el tema de Gilda “Pasito a pasito” que inunda el salón.

Contiguo al taller de costura se despliega el galpón donde descansan tres carrozas y cientos de espaldares entre penumbras. Ya son las 20 y afuera llueve. El olor a pintura se mezcla con el de tierra mojada y los carnavaleros hacen juramentos al cielo para que no llueva el sábado.

Las carrozas son gigantes construidos en base a hierro, telgopor y madera que tienen unos 12 metros de alto por 15 de largo y pueden llegar a un máximo de 6,5 metros de ancho por las limitaciones del corsódromo.

“La estructura es de hierros y caños. Luego se talla telgopor y se lo pule. Después se empapela todo para darle rigidez y protección. Se le dan diferentes manos de pintura y por último se decora”, explica Mario Martínez, director de Kamarr, y cuenta que todo el proceso puede demorar unos tres meses.

“Este lugar es caóticamente alegre; mirás por todos lados y encontrás plumas y brillos junto con una parte que es todo fierros, donde suceden las cosas en realidad. Acá se crean cosas hermosas dentro de este caos”, afirma Milagros Reyes, la reina de Kamarr, de 23 años, mientras empiezan a retumbar en el galpón los primeros repiques del ensayo de la batucada.

A diferencia de las otras comparsas, O´Bahía traslada su taller de costura a fines de diciembre a la escuela “José María Ruperto Gelós” del Club de Pescadores. Cada aula es invadida por trajes que se apoyan en los pupitres y por hojas A4 con diseños de maquillajes que se pegan en los pizarrones.

En una de las aulas, el director de la comparsa, Fabián Scovenna, pega cordones plateados alrededor de unos bastones negros que portan el símbolo de la paz en alusión a Los Beatles.

Ante la pregunta de qué es el carnaval, dice: “Es una forma de vivir. No hay una noche que no queramos estar. No nos importa acostarnos tarde por terminar un vestuario”, una respuesta que se repite en cada taller y galpón.

Mientras que para quienes viven fuera de Gualeguaychú el carnaval se reduce a un fin de semana largo, esa ciudad entrerriana vive todo el año fabricando carnaval para que en diez noches de fiesta los integrantes de las cinco comparsas les saquen chispas a la pasarela más famosa del país.

Fuente Télam

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