El Festival Nacional de Cosquín, que está cursando su 63° edición, funciona como la punta de un iceberg telúrico cuyas profundidades se adentran en calles y peñas mostrando la vigente y popular vitalidad del folclore y su abordaje musical y danzante.
Lejos de los likes y las vistas de los lanzamientos fugaces de moda que pretenden hegemonizar los usos y costumbres culturales, en el Valle de Punilla millares de personas le ponen el cuerpo a un fenómeno que continúa renovándose con nuevas generaciones de artistas, aficionados y oyentes.
La experiencia coscoína –que por cierto se replica en otros festivales veraniegos de la Argentina profunda- da cuenta de un país que no escuchamos y que toma a los ritmos nativos como un vehículo expresivo real, concreto y cotidiano desde donde canalizar alegrías, angustias, luchas y frustraciones.
Con la chacarera como ritmo dominante y con la llamativa proliferación de engoladas voces de locutores y locutoras que anuncian a voz en cuello la actividad de cada tablado más o menos formal que brota en la ciudad serrana, el círculo virtuoso no siempre se construye a partir de parámetros estéticos para celebrar.
En lo estrictamente musical, el explícito requerimiento de repertorio conocido y alegre que levante las palmas, invite al baile y permita el canto asoma como un condicionante que no solo impera en el gran escenario Atahualpa Yupanqui.
“Tratamos de mantener lo tradicional y para la gorra vamos a lo que la gente quiere”, asume Eduardo, voz y bombo del dúo santafesino Silbo del Norte, que recorre calles y peñas y en su primer año en Cosquín ya toma nota de una demanda inclinada a determinados formatos para saciar su sed de aplausos.
La aceptación –expresada en forma de aliento y billetes- es la que puede llevar a una propuesta artística de las calles a las peñas y, luego, de las peñas al Festival.
Más allá de esas limitaciones, Martín, guitarrista de la dupla que está sumando el aporte del violín del neuquino Miguel, resalta a Télam que “esto es una locura, tirás un acorde y la gente ya hace palmas o sale inmediatamente a bailar”.
Tratando de tomar distancia de esos condicionantes, Primates (un trío bonaerense de guitarra, violín y bandoneón que en el marco del Pre Cosquín creció a cuarteto con la incorporación del bombo de la chubutense Aluminé Núnez), fluye libremente y anuncia actuaciones esta noche y mañana en el Patio Folclórico Don Alguien de la peña Verlín (donde hubo un martes de mujeres abierto por un grupo de danza de Lomas de Zamora), mientras que el viernes llegará a Bialet Massé y el sábado a la ciudad de Córdoba.
En cambio, afirmados en la peatonal San Martín donde hallan sus audiencias, se encuentran –entre otros- el misionero grupo Paraná con un repertorio diverso capaz de combinar clásicos folclóricos con “Garganta con arena” y las guitarras de Tradición Dúo llegado de Escobar con su arsenal de tangos, valses y milongas, además de invitar voces “para que demuestren lo que hacen”, convida Ángel.
Consultado acerca de este fenómeno, Jeremías, uno de los hijos de Rubén Patagonia, comenta a Télam que “mi viejo fue nombrado padrino artístico de los espectáculos callejeros porque él mostró que era necesario alentar a la participación en estos espacios populares como una decisión política de habilitar la llegada de propuestas de todo el país que son las que alimentan el fuego coscoíno más allá de lo que pasa en la Próspero Molina”.
Las peñas, siguiente eslabón de esa cadena, tienen este verano en Cosquín formatos para todos los gustos y valores con dos espacios oficiales (uno de ellos, el Fogón Criollo, con entrada libre) y otro par de cuño marcadamente provinciano y familiar como La Guarany y La Fiesta del Violinero de Néstor Garnica que se ufana de ser “la peña santiagueña más grande del país”.
Un mural con el rostro de Bruno Arias define el carácter de La Salamanca, un ámbito de carácter juvenil que a las sillas y mesas añade una tribuna de madera y donde el jujeño es figura repetida como parte de un elenco rotativo que no se priva de otros nombres consagrados como los de Los Carabajal, Micaela Chauque y Orellana-Lucca, pero que también acogió la primera gira del prometedor terceto catamarqueño Cesalpinia.
Con su patio de tierra, lamparitas y banderines multicolores y unas riquísimas empanadas caseras a $150 la unidad, El Patio de la Pirincha se sostiene, paradójicamente, como espacio instituido para albergar lo alternativo.
Esta medianoche, cuando el miércoles se esté haciendo jueves, dará lugar a la experiencia cordobesa de la Post-Peña con sus anfitriones naturales en la capital provincial: Mery y Juan Murúa, Juan Iñaki y Paola Bernal; el jueves ofrecerá una “Luna disidente” a cargo de La Ferni-Nahuel Quipildor, Vero Marjbein y Dúo Turica-Doncel, entre más; y el viernes convocará sensibilidades “Del mismo río” asumidas por Emilia Siede, Gredales, Nico Pérez y Raizal, por citar algunas.
Pero, además, el lugar que es “un patio que se enciende”, según su lema, tendrá el jueves a las 19.30 un taller de “Danza emancipada” a cargo de la coreógrafa Flor Vijnovich –conocida por su participación en las Olimpeñas porteñas de la orquesta folclórica- y el domingo a las 20 será sede de la presentación de un documental del trovador transerrano José Luis Aguirre.
(Por Sergio Arboleya, enviado especial).
Fuente Télam