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Jugadores cuestionan códigos violentos de rugby: “Todos nos creímos responsables por lo de Fernando”

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La construcción de la masculinidad, el consumo problemático de alcohol y la “falta de conciencia” del poderío físico y sus vínculos con situaciones de violencia son para jugadores, entrenadores de rugby y especialistas las principales cuestiones a abordar dentro de este deporte, que “no es el culpable” pero “sí tiene su parte a analizar” en el asesinato de Fernando Báez Sosa, del que mañana se cumplen tres años.

Desde su muerte el 18 de enero de 2020, por la que están siendo juzgados ocho jóvenes, varios de ellos rugbiers, hubo quienes sostuvieron que esa disciplina es “sólo un deporte” y que “nada tiene que ver” con estos hechos de violencia, apelando a las características propias de quienes perpetraron el crimen.

Quienes conocen los códigos del rugby coinciden en cambio en que este hecho obligó a “repensar puertas adentro” cuestiones propias de la identidad y la cultura rugbier, cuya relación con actos violentos “no se puede negar”, indicaron los entrevistados.

“Eran tantos los casos de violencia y peleas entre grupos de jugadores de rugby que venían sucediendo que en algún punto todos nos creímos responsables por lo de Fernando”, aseguró Andrés Bellagamba (27), quien en aquel momento era jugador del club Deportiva Francesa, de la localidad bonaerense de Del Viso.

Joaquín Origlio (27), que jugó durante dos décadas en Banco Nación y aclaró que sus opiniones son personales y no “en representación del club”, dijo que “si bien hay una violencia generalizada y patrones que están mal (a nivel sociedad), particularmente dentro de la cultura del rugby se exacerba un poco esto”.

“El rugby siempre habla de ‘bancar al otro dentro y fuera de la cancha’. Quizás se tergiversa este mensaje y, en otro contexto, si le están pegando a mi compañero, en vez de entrar a separar, entro a pegar, sumado a que crecimos con anécdotas de cómo los más grandes se pegaban en los boliches. Esa es una reflexión que podemos hacer”, dijo Origlio a Télam.

A esto se suma el “poderío físico” que caracteriza a quienes practican este deporte y que la “falta de conciencia” del mismo puede resultar “problemática”, añadió.

Para el joven, cuando estas situaciones se dan en grupo “uno se deja llevar y deja de pensar como individuo, se siente un poco impune”, y expresó que la responsabilidad y noción de riesgo “se diluye” en la masa.

Ambos jugadores coincidieron en que históricamente la violencia estuvo “totalmente normalizada” desde comentarios “discriminadores” usuales hasta golpizas “inentendibles” a quien debutaba en plantel superior, quizás lo más cuestionado en ese ambiente tras el crimen de Báez Sosa.

“En los bautismos, los jugadores pasaban por un largo vestuario donde se les cortaba el pelo, se les pegaba, mordía, y se les hacía cumplir retos como ayudar a bañar a algún referente o hacer fondos con alcohol hasta vomitar”, describió Bellagamba, quien comenzó a jugar al rugby a sus 5 años en su ciudad natal, Santa Rosa, en La Pampa.

“Una vez finalizado todo volvía a ser risas y al próximo bautismo eras uno de los que tenía permitido pegar y hacer todo lo que te habían hecho alguna vez en tu debut”, contó.

Martín Lucero (44), jugador desde infantiles, entrenador y expresidente del club Logaritmo, de Rosario, sostuvo: “Naturalizamos eso porque no teníamos las herramientas para comprender que estaba mal y hoy lo sabemos”.

Según los jugadores, aquello que para algunos era tradición hoy “no existe más” ya que, tras el crimen de Báez Sosa, la prohibición de los “bautismos violentos” fue una de las primeras medidas que se tomaron en clubes y asociaciones de rugby, como la Unión Argentina de Rugby (UAR) y la Unión de Rugby de Buenos Aires (URBA).

“Lo de Fernando impactó en el mundo del rugby, institucionalmente”, aseguró Lucero e instó a ser “autocríticos. No podemos desconocer que venimos de un lugar que está mal y esperamos estar en camino a uno mejor”.

Las conductas “específicas” del rugby fueron enmarcadas por los entrevistados en explicaciones “más estructurales” como los mandatos sociales de las masculinidades, la idea de virilidad y liderazgo y los roles de los varones.

“El juicio a los ocho acusados tendrá como resultado definir las responsabilidades individuales en el crimen de Fernando pero no va a poder explicar cuáles son las condiciones estructurales que facilitan y estimulan esta modalidad de ejercer violencia, tan típica del género masculino”, explicó el psiquiatra y especialista en masculinidades, Enrique Stola.

Y continuó: “Vivimos en sociedades atravesadas por múltiples poderes dominantes que van produciendo subjetividad y modelan muchas de nuestras visiones del mundo y conductas”.

Para Stola, estos episodios violentos ratifican la “condición masculina” al lograr “cumplir con ser ‘hombre lo que se dice hombre’ tal como lo socializaron desde pequeños y el sistema de creencias de la sociedad patriarcal lo impone”.

Desde el 2020 la gran mayoría de clubes avanzó en charlas y capacitaciones sobre violencia, conducta de los jugadores y consumo de alcohol, algunas de ellas “obligatorias para jugadores y directivos”, comentó Lucero.

Además destacó la “creación de subcomisiones de género”, como la que armó el club Logaritmo, de la que “participan jugadores de los planteles superiores de rugby y hockey” y la obligatoriedad para entrenadores y directivos de realizar la capacitación que contempla la Ley Micaela.

“Hoy tenemos un enfoque un poco más claro, no quiere decir que estemos ‘deconstruidos’, sino que hemos iniciado un camino que va a llevar muchos años pero que esperamos que deje más herramientas para abordar este tipo de problemáticas”, expresó el entrenador.

Por su parte, Bellagamba confió en que el rugby puede ser “una herramienta para laburar la violencia en los jóvenes por los valores que se trabajan en los clubes que son pilares fundamentales”.

“Parte de la solución tiene que ser hablar y concientizar, ser capaces de bajar la guardia y aceptar ‘la otra parte del rugby’ que a veces metemos debajo de la alfombra”, concluyó Origlio.

(Por Clara Olmos)

Fuente Télam

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