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Leonardo Gentile: “No fue la magia, sino la ambición desmedida el móvil del crimen de Ramoncito”

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En su ópera prima, “Satán de los Esteros”, el periodista y escritor Leonardo Gentile aborda el sórdido asesinato de Ramón González, ocurrido en la ciudad correntina de Mercedes, en octubre de 2006, en un ritual de magia negra que llevó al autor a investigar detalladamente el expediente judicial y a entrevistar a los familiares del niño y a los acusados del homicidio.

Gentile (Ciudad de Buenos Aires, 1969) reconstruye con destreza literaria y distancia de observador los distintos momentos del caso, desde el día en que se halla el cadáver del niño de 11 años al costado de las vías, decapitado y desangrado, las instancias de la investigación, las trabas que pusieron algunos sectores del poder judicial y político provincial, y el entramado social que permitió que en un contexto de gran vulnerabilidad ocurriera un crimen inédito en el país, por el cual hay 11 personas condenadas a prisión perpetua.

Abordar una historia de estas características fue un desafío en lo emocional y en lo profesional para el autor. “Trabajé unos 10 años en el texto. Inicialmente todo lo que iba conociendo del caso me superaba. Sinceramente, no podía creer lo que me contaban y, cuando intentaba contarlo, me angustiaba mucho y no podía avanzar”, confiesa Gentile en diálogo con Télam sobre esta obra editada por Sudamericana.

– Télam: ¿Cómo surgió la idea de escribir un libro a partir de una realidad tan cruenta que involucra a un niño?

– Leonardo Gentile: Casi por accidente. En 2011 estaba buscando casos de mujeres criminalizadas por sus creencias mágicas o religiosas con la idea de escribir un libro de relatos cortos. Una compañera de trabajo me avisó sobre un caso de dos mujeres detenidas por organizar un crimen ritual. Era el caso Ramoncito. Cuando viajé, creía que estaban presas por un prejuicio religioso. La historia en torno al crimen del que se las acusaba me hacía pensar en el estereotipo de bruja medieval ibérica que llegó a América en la época colonial. Empecé a averiguar, hablé con los investigadores del caso, con vecinos de Mercedes y entendí que la acusación contra ellas tenía sustento jurídico.

Nunca me había interesado escribir sobre un crimen así, pero a medida que iba conociendo todo lo que lo rodeaba sentía la necesidad de saber más y de contarlo. Creo que los testimonios me iban llevando como si fuera un sonámbulo hasta que me di cuenta de que la pesadilla era real. 

– T: ¿Cómo jugó lo irreal, lo atípico que adquiere rasgos ficcionales en la escritura del libro?

– L.G: Todo lo que iba conociendo del caso me parecía irreal. En la primera etapa del proyecto, mi preocupación central fue verificar que los hechos que se mencionaban en la causa judicial y en las entrevistas no fueran ficción. Desconfiaba de todo. Me preocupaba mucho basarme en la documentación que tenía. Desde el primer momento, sentí que tenía que escribir para ir descubriendo lo que había sucedido. Por eso, intenté trabajar caracterizando las creencias mágico-religiosas como tales. Más allá de mi agnosticismo, fue un desafío grande mostrar esas creencias sin caer en la crítica racionalista ni adoptar una postura condescendiente o paternalista.

– T: ¿Qué te fue sucediendo a medida que te fuiste involucrando más con la investigación? ¿Hubo momentos de quiebre relacionados con la escritura?

– L.G: Trabajé unos 10 años en el texto. Inicialmente todo lo que iba conociendo del caso me superaba. Sinceramente, no podía creer lo que me contaban y, cuando intentaba contarlo, me angustiaba mucho y no podía avanzar. En todo lo que escribía, resaltaba mi compasión por las víctimas del grupo delictivo. Me costó despegarme emocionalmente. Claro que no pude hacerlo del todo, pero me sirvió mucho el trabajo en taller con Leopoldo Brizuela.

Además, dediqué casi toda la primera etapa a la investigación y luego a estructurar datos obtenidos en documentos y entrevistas. Creé un archivo sobre el caso que contiene más información que la que está incluida en la causa judicial. Parte de esa información fue chequeada y luego descartada del libro porque no parecía sólida. Ese trabajo de catalogación y archivo facilitó el desarrollo inicial del plan de la obra porque me permitía ver relaciones entre hechos y personajes que, de otra manera, no hubiera advertido.

El proceso de escritura empezó con una idea muy rígida de lo que quería contar. Me sacó de ese lugar el trabajo con Brizuela. Allí empecé a pensar en otras formas narrativas que escapaban de la crónica periodística, entendí que había procedimientos literarios que podían ayudarme a mostrar mejor los rasgos atípicos del caso sin alejarme de los hechos y a respetar un espectro de voces muy diferentes que tenían algo para decir sobre este crimen. También aprendí a canalizar esa conmoción inicial en la escritura y a entender que el mejor plan podía cambiar de acuerdo a los sentimientos que iba descubriendo al narrar.

Luego del fallecimiento de Leopoldo, seguí trabajando un tiempo breve con Julián López y luego hicimos una clínica más extensa con Selva Almada. Sin la mirada que ellos aportaron no hubiera logrado algo que muchos lectores encontraron en el texto final: evitar los golpes bajos, explotar lo no dicho y lo sugerido e ir dosificando la información de una historia extremadamente cruel y compleja.

– T: ¿Cómo fue estar en el terreno de los hechos, conocer a los involucrados? 

– L.G: Me cambió para siempre conocer a la familia del nene asesinado, a los condenados por su homicidio, a los sobrevivientes del grupo delictivo y a los funcionarios que sufrieron consecuencias por investigar. Sin embargo, me gusta repetir hasta el cansancio que mi rol en esta historia es apenas el de un observador. Los protagonistas centrales del caso son las personas que vencieron su miedo y ayudaron a develar un crimen donde hay empresarios muy poderosos y funcionarios provinciales involucrados.

– T: ¿Está probado, entonces, que el caso tuvo una pata política?

– L.G: Sí, está probado que el grupo que asesinó a Ramoncito tenía tres niveles organizativos: ejecutores, mandos medios y dirigentes. Se encontraron cartas en las que algunos de los miembros del nivel inferior del grupo pedían pagos previamente acordados a sus dirigentes, hasta tenían escritos los datos necesarios para hacer giros de dinero. 

– T: ¿Qué fue lo que hizo que este hecho ocurriera en Mercedes, Corrientes, con un niño de una clase social postergada, vulnerable?

– L.G: Intervienen una serie de factores que hacen a este caso algo único. El antropólogo José Miceli resumía la gran religiosidad de ese pueblo en una frase: “en Mercedes, el misticismo flota en el aire”. Además esa ciudad, como muchas otras en provincias con economía primarizada, recibió en las últimas décadas una gran migración desde las áreas rurales. Llegaron a ella muchos trabajadores del campo expulsados por la tecnificación productiva y la desertificación que produce la creación de grandes latifundios agroganaderos que requieren poca mano de obra. Hay un abismo entre las distintas clases sociales. Por eso, la ciudad tiene mucha gente que sobrevive como puede en zonas marginales. Llegan con creencias atávicas y pocas herramientas para moverse en un ámbito urbano con muchas menos oportunidades que Buenos Aires u otras ciudades más grandes. Estas condiciones favorecen el surgimiento de algunas actividades delictivas como la trata de personas, producción de pornografía infantil y narcotráfico, todas actividades de las que obtenía financiación el grupo que cometió el crimen. Un grupo que además tergiversó creencias populares, las combinó con otras que son extrañas al acervo local y creó una cosmovisión que permitía generar pertenencia a los miembros de un grupo otorgando expectativas de poder y beneficios económicos. No fue la magia, sino la ambición desmedida el principal móvil del brutal crimen de Ramoncito.

Fuente Tèlam

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